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Columna de Mezquite | Sobre La Marcha Equis



Anayeli Muñoz Moreno
Natalia Estefanía Alvite y yo fuimos juntas (el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer), era su primera marcha en CDMX; ella había participado en su tierra, Argentina, y para mí era la segunda vez.

Llegamos al Monumento a la Revolución bien emocionadas y el primer nudo en la garganta fue al ver a tantísimas mujeres y sentir su energía. Había de todas las edades, muchas muy jóvenes y otras con su cabello ya lleno de canas. Vimos los contingentes organizados con banderas, pañuelos, carteles con frases chingonas y lo más doloroso: fotografías de mujeres asesinadas.  Yo veía esos rostros sonrientes en la foto y la cara tristeza de quienes las portaban; no pude aguantar el llanto.

Había quedado de verme con Alejandra de Alba, hidrocálida con residencia chilanga y a quien conocía por redes. Nos encontramos, nos dimos un abrazo y las tres buscamos un huequito.

Pasó una señora preguntando: ¿dónde vamos las mamás? Al referirse a mamás de víctimas, se apachurró mi corazón. Ellas encabezaron la marcha.

Envueltas en colores morado, negro, verde y blanco después de un ratito comenzamos a avanzar unidas en una sola voz: “¡Vivas se las llevaron, vivas las queremos!”.

Adelante iba una mamá con su hijo de unos ocho años, quien al escuchar “la que no brinque es macho” preguntó: ¿yo soy macho? y su mamá con una sonrisa: “no, tú eres hombre” y él brincó.

Caminamos un trayecto, era imposible no unirnos a cada consigna, todas con los puños en alto y el corazón al mil; “¡ni una más, ni una más, ni una asesinada más!” Vimos a algunas subir a la fuente y al pintarla de rojo estallamos en aplausos.

Avanzábamos lento, ya se veían algunas paredes rayadas, un par de vidrios rotos pero nada que nos preocupara; hubo mucho respeto y sororidad entre nosotras; y por eso cada vez que veíamos a alguna chava pintando el nombre de una mujer asesinada, exigiendo justicia o rompiendo algo gritábamos: “¡Primero las mujeres, luego las paredes! ¡Fuimos todas, fuimos todas!”

Si acaso me pasó por la cabeza esa amenaza de infiltrados en la marcha o locos lanzando ácido pero no sentí miedo. Al contrario, me sentí muy segura y más fuerte que nunca.

A un lado mío iba a una mujer con su hija de 5 meses en brazos y su hijo de 2 años caminando. El sol pegaba duro y éramos tantas que avanzábamos lento o de plano nos parábamos. Le ofrecí a la señora cargar su pañalera, Ale ofreció cargar al pequeño y Nat a la bebé. La mujer se llama Nayeli, nos sonreía a cada rato por el apoyo, volvió a cargar a su bebé porque iba a amamantarla. Otras le dieron sombreros y pañuelos para los bebés. Seguimos caminando rolándonos al niño porque llego un momento en que nos sentíamos muy cansadas. Luego, alguien volvía a aplaudir, a gritar y las fuerzas regresaron.

Pasando Bellas Artes empecé a recordar la violencia tan fuerte que me ha tocado vivir y lloré mucho, igual que días antes, pero ahí veía mujeres que tal vez han pasado algo similar y tuve mi catarsis, me sentí liberada, acompañada y muy fuerte.

Después de eso estaba agotada, casi llegando al zócalo escuché el estruendo de golpes a vallas metálicas y pensé: habrá algunos que se escandalizarán pero si estuvieran aquí o vivieran lo que muchas de nosotras, pensarían distinto.

Llegamos por fin al Zócalo, ya era tarde pero me sentía satisfecha y conmovida, y más cuando la mamá de los 2 bebés nos dijo que iría a seguir caminando para buscar transporte público que la llevara a su casa, muy lejos del centro.

Le ofrecí pedirle un Uber que la llevara y caminamos más calles para esperarlo, ahí le pregunté que porque había decidido ir y me dijo: “las cosas en mi casa están complicadas, hay violencia, por eso quise salir”.

Historias como estas pasan a diario porque la mayoría de las mexicanas hemos sido violentadas. Sigamos luchando y levantando la voz: ¡Ni una más!

Anayeli Muñoz Moreno es periodista. Fue diputada local en Aguascalientes, México

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