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En La antigua acequia del Ojocaliente, la página Historias de Aguascalientes hace una reseña histórica de las aguas calientes que dieron nombre ala ciudad y al estado; y de la forma en que esa agua se distribuía para ponerla al alcance de la pequeña villa que originó la ciudad que cada 22 de octubre festeja su fundación.

La fundación de Aguascalientes ocurrió bajo la administración del virrey Enríquez de Almanza en tiempos del Rey Felipe II, la cédula o carta merced que confirma la autorización legal está fechada el 22 de octubre de 1575 y firmada por el doctor Jerónimo de Orozco, presidente de la Audiencia de Nueva Galicia. Entre 1601-1602 el obispo Alonso de la Mota y Escobar apuntó: “Llamase esta villa de Aguas Calientes por razón de unos manantiales de ella que junto a sí tiene, pasa por junto a las casas un arroyuelo perpetuo del que beben todos los vecinos porque aunque mana caliente no tiene sabor de azufre, alumbre ni herrumbre, y así enfriándose es muy dulce y sana”.

Como se comprende, de la Mota ya hace referencia a una iglesia, unas casas y un arroyuelo que probablemente sea la acequia del Ojocaliente de la cual bebían los vecinos. A dónde conducía la acequia, con seguridad a una fuente o pila pública que se instalaban en el centro de la plaza mayor, pues por lo regular en los pueblos había una fuente en las plazas públicas porque “su primera construcción fue contemporánea de la llegada del agua al lugar”.

Aunque en el siglo XVII los registros documentales apuntan a que lo más común para abastecerse de agua era tomarla de las acequias que atravesaban la villa, a través de vasijas o pequeñas zanjas que eran habilitadas por los propios consumidores tal vez hasta una pila o depósito privado. Las pilas públicas están documentadas hasta 1730, cuando el alcalde Matías de la Mota Padilla construyó un acueducto subterráneo para llevar el agua del manantial del Cedazo, “una legua al sur de los del Ojocaliente, con una serie de pilas que debían construirse en puntos estratégicos de la villa”.

Como se  sabe, la mayoría de las fuentes públicas de la ciudad eran alimentadas por uno de los manantiales del Ojocaliente, rodeado de una “Caja de Agua” hecha de mampostería que protegía el vital líquido de las “inmundicias”, desde donde se desprendía un acueducto descubierto hecho del mismo material hasta llegar a una “Caja repartidora” ubicada en los baños de los Arquitos; su dueño tomaba el líquido que le correspondía y el resto era liberado y “conducido por una cañería de tubos de barro” hasta llegar a las fuentes públicas. Las únicas fuentes que no eran surtidas por las aguas del Ojocaliente eran las de Triana, Reforma y Hotel Chávez, que eran alimentadas por el depósito del Cedazo, “la mejor agua potable de la ciudad”.

Durante el porfiriato, debido a las malas condiciones del acueducto que transportaba el agua del manantial del Ojocaliente hasta la “Caja repartidora”, se suscitaron algunos problemas entre la dueña de los baños de los Arquitos y el Ayuntamiento, por la constante falta de agua tanto en los baños como en las fuentes públicas. Respecto al aprovechamiento del agua, en la escritura de los baños se decía que el dueño o el comprador estaba obligado a conservar en buen estado “el acueducto que parte de la Caja principal” hasta los baños y garantizar una naranja de agua (64.8 litros de agua por minuto), “de la misma que surte a los baños, para el servicio de las fuentes públicas”.

Por esta razón el gobernador del estado Rafael Arellano solicitó la modificación del contrato sobre el uso del agua, reparación del acueducto y caja de agua para mejorar el abastecimiento en las fuentes públicas. Un reconocimiento realizado por los ingenieros Tomás Medina y Leocadio de Luna, arrojó que en los baños de los Arquitos no había “caja que distribuya las aguas, y el orificio de salida para la cañería de las fuentes, desprendiéndose perpendicularmente a la dirección de la corriente, quedó, desde la fecha del contrato, en las peores condiciones de situación”. Después de varias negociaciones, a inicios de 1897 se modificó el contrato el cual establecía que el Ayuntamiento se obligaba a construir el acueducto que proveía de agua a los baños y fuentes públicas, además de “conservarlo en buen estado, a perpetuidad, mediante la suma de trescientos pesos con que por una sola vez contribuirá la señora viuda de Puga para la construcción del mismo acueducto”.

La acequia siguió funcionando cuando menos hasta 1970, pues en esa época el proceso de crecimiento de la ciudad “cegó el acueducto subterráneo que los alimentaba al terminarse la pavimentación del tramo oriente del primer anillo de Circunvalación y al abrirse la avenida Héroe de Nacozari”.

De la antigua acequia del Ojocaliente solamente quedaron los vestigios, lo cuales fueron tapados en la reciente remodelación que sufrió la Alameda para convertirla en corredor cultural, por lo demás, en vez de tapar el vestigio de la acequia, hubiera sido deseable que el Ayuntamiento colocara una pequeña ventana para que la gente la pueda observar, como una huella del pasado y parte de nuestra memoria histórica.

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